Hablar de la obra del amigo y hermano Benjamín Ramón Arenas, además de un enorme honor, es una labor sumamente compleja, por lo que he decidido entrelazar mis comentarios sobre esta muestra individual con mis apreciaciones sobre el hombre de arte y su entorno cercano.
Al referirme a Benjamín, debo necesariamente, dejar constancia, de que este ser humano de la plástica está signado por una suerte de “palabras anclas”, que lo describen a él y a su creación. En primer lugar, Arenas es un “trabajador laborioso”, se diría que casi obsesivo-compulsivo, su obra es producto de un sin número de pasos y etapas perfectamente definidas, minuciosamente ejecutadas, que cumplen con la labor catártica de transfigurar sus angustias y preocupaciones cotidianas en una obra sensible y fina, cuyo producto final es un trabajo de una calidad técnica insuperable. Él define su proceso como: “esgrafiado en pasta acrílica sobre madera”, a mi, me provoca definirlo como el laborioso y compulsivo laboratorio donde se tejen los hilos que dan sustento a los gestos del “alma”.
En segundo lugar, Benjamín es un hombre que vive inmerso en la “creación”; por una parte, fomenta el trabajo creativo, por la otra, fortalece el trabajo propio y el de otros artistas y artesanos, lo que lo convierte en un promotor cultural auténtico, por último, pero mucho más importante, Benjamín, recrea su vida, sus experiencias, sus angustias y alegrías, con la única intención de compartir con el espectador su mundo interior complejo, rico, estructurado y ordenadamente “caótico”.
La manera en que Benjamín logra su cometido, es con una obra cargada de símbolos que nos recuerdan el hogar, la familia, la pareja, los anhelos y las preocupaciones domésticas, pero por sobre todas las cosas, este hombre utiliza magistralmente el rostro humano como un símbolo universal, un rostro que tiene pintado en sus gestos y sus muecas todas las emociones y sentimientos, producto de su más estricta introspección y es que los rostros de Benjamín, son su rostro repetido mil veces, son caras autobiográficas y en ellas se ve al Benjamín molesto, el desencantado, el deprimido, el atormentado, el alegre, el luchador, el jocoso y el esperanzado.
En esta liturgia también podemos apreciar el rostro femenino, el cual se encuentra en un sitial importante, en estos le rinde culto y tributo a la mujer, en un ritual sacramental de adoración, usando como fuente de inspiración divina, los rostros de su “vieja querida” y de su esposa Cecilia, la pareja, compañera, amiga, amante y cuidadora, y es que Benjamín al iniciar el ritual de dar vida a sus rostros, le rinde oración sublime a lo simple, a lo cotidiano, con sus desventuras y alegrías, con las cadenas domésticas que lo atan y lo atribulan, pero que al mismo tiempo son su tabla de salvación, cumpliendo así el objetivo de exorcizar sus demonios internos para mantenerlo en el límite de la cordura.
Por último, Benjamín es un ser humano sensible, delicado y frágil, que se fortalece y engrandece a través de las redes de sus hilos creadores, es en definitiva, un artista sincero, sencillo y extraordinariamente auténtico. A nosotros no nos queda más que ingresar respetuosamente a ese templo que Benjamín Arenas construyó para exhibirnos sus obras sacramentales, convirtiéndonos así en fieles acólitos, para que de esa forma podamos vivir de manera intensa y sensorial sus rituales… su “liturgia del rostro”.
Araure; 15 de junio de 2013.
JOSEELCID.